Esta semana he leído el libro ¿Me puedo quedar la camiseta?, escrito por el jugador-blogger Paul Shirley entre 2002 y 2005. Fue publicado en Estados Unidos en 2007 y en España en 2012. La editorial Leéme nos lo envió a nbamaniacs y ocho años después he tenido la decencia de leer las más de 140.000 palabras de las que consta. No me ha gustado mucho por su exceso de ironía, sarcasmo, incisos y superioridad intelectual, pero me ha servido para apreciar de diferente manera a cierto tipo de jugador. El mal llamado agita toallas. El jugador de fondo de banquillo que solo disputa los minutos de la basura. El trotamundos.
Que se retire, ¡si es malísimo! Solo sirve para agitar la toalla y poco más. Qué risa cada vez que sale a la pista.
Hay mofas hacia una persona que se busca la vida trabajando en una de las cosas que mejor se le dan, seguramente como tú y como yo. Pero de nosotros dos no se ríe nadie. Incluso nos animan a seguir luchando por cualquier nueva oportunidad que nos den, aunque sea mínima, mientras que a los trotamundos se les hace de menos pese a que están entre los 400, 500 o 2.000 mejores baloncestistas de un planeta con siete mil millones de personas. ¿Por qué tenemos que ver a los jugadores de fondo de banquillo desde un prisma tan negativo asociando su rol al de un fracasado? Ya nos gustaría a cualquiera ser tan buenos en lo nuestro como ellos en el baloncesto.
Para más inri el trotamundos acomete sacrificios que pocos están dispuestos a realizar. A saber: estar lejos de su familia, no tener un hogar, dormir siempre en hoteles o pensiones de mala muerte —las experiencias de Shirley en la CBA o la liga rusa son para echarse a llorar—, ser despedido tras diez días en un equipo, entrenar durante semanas sin cobrar, estar a prueba de forma constante, vivir en ciudades insoportables, no poder mantener relaciones duraderas...
Miremos a los trotamundos y agita toallas de manera diferente a partir de ahora, ¿no? Al menos yo lo voy a hacer. No es que antes me mofase de ellos, pero insisto en que este libro me hace empatizar mucho más con el jugador número 15 de cada plantilla. Además, probablemente yo sería uno de ellos si hubiese servido para algo en el baloncesto organizado.
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